Halloween: cuando entender mata el miedo

Hace cinco años, antes de vivir en Estados Unidos, Halloween me parecía una fecha irrisoria. Veía en redes cómo mis amigos aquí se disfrazaban, decoraban sus casas, salían con sus hijos a pedir dulces… y no pasaba nada. Mientras tanto, allá en mi país, se escuchaba que los “gringos” celebraban al diablo en esa fecha.Y yo, sin saber mucho, lo creía. Pero el conocimiento tiene un poder hermoso: aclara la mente y mata el miedo. Porque el que no lee, el que no investiga, vive repitiendo temores heredados, y esos son los peores miedos: los que ni siquiera entendemos.

Los celtas y el fin del verano

Halloween no nació en Estados Unidos. Sus raíces se remontan a más de dos mil años atrás, en la antigua Irlanda, Escocia y parte de Inglaterra. Los pueblos celtas celebraban el Samhain (pronunciado “sau-in”), una festividad que marcaba el final del verano y el inicio del invierno.

Para ellos, el 31 de octubre era el momento en que el velo entre el mundo de los vivos y el de los muertos se hacía más delgado, y los espíritus podían cruzar. Encendían hogueras para guiar a las almas buenas y alejar a las malas, dejaban comida fuera de las casas como ofrenda, y se cubrían el rostro con máscaras para que los fantasmas los confundieran con uno de los suyos. Era una mezcla de miedo, respeto y fe en lo invisible.

Con el tiempo, algunas tribus comenzaron a hacer sacrificios —animales, cosechas, y en raros casos humanos— para pedir buenas cosechas o protección. No eran “adoraciones al diablo”, porque el concepto de “diablo” aún no existía en su religión. Eran rituales espirituales, primitivos, pero cargados de sentido en su época.

Cuando la Iglesia llegó al fuego: Siglos después, con la expansión del cristianismo, la Iglesia decidió “cristianizar” esas fiestas paganas.

En el año 609 d.C., el Papa Bonifacio IV estableció el Día de Todos los Santos, y en el siglo VIII el Papa Gregorio III movió la celebración al 1 de noviembre, probablemente para coincidir con el Samhain y reemplazarlo.Así nació el All Hallows’ Eve (la víspera de Todos los Santos), que con los años se acortó a Halloween.

El fuego de las hogueras siguió, pero con otros nombres.La idea de los espíritus persistió, pero ahora bajo el lenguaje cristiano de “almas en pena”.

De Europa a América: cuando el miedo se disfrazó

Durante los siglos XVII y XVIII, las tradiciones viajan con la gente. Los inmigrantes irlandeses y escoceses llevaron Halloween a América del Norte en el siglo XIX. Allí, entre supersticiones locales, leyendas de brujas y el espíritu festivo de las colonias, Halloween se transformó.

Las hogueras se convirtieron en linternas talladas en calabazas —la famosa “Jack-o’-lantern”, que viene de una leyenda sobre un hombre llamado Jack que engañó al diablo y terminó condenado a vagar con una brasa dentro de un nabo— Los sacrificios se volvieron juegos y dulces; las máscaras, disfraces; y los miedos, películas de terror y fiestas.

Brujas, juicios y malentendidos

Entre los siglos XV y XVII, Europa vivió el terror de las cazas de brujas. Miles de mujeres —en su mayoría curanderas, parteras o sabias del campo— fueron acusadas de hacer pactos con el diablo y quemadas en hogueras. En América, el caso más famoso fue el de Salem, Massachusetts (1692), donde 19 personas fueron ejecutadas.

Es cierto que muchos de esos juicios y persecuciones se asociaron a esta época del año, alimentando la idea de que Halloween era “satánico”. Pero en realidad, eran tiempos de miedo religioso, ignorancia y poder mal usado. No era Halloween el culpable: era el ser humano tratando de darle forma a su propio miedo.

Y hoy, ¿qué queda de todo eso?

Hoy Halloween es una mezcla de todo lo anterior: un poquito de historia, otro tanto de mito, y mucho de diversión. En mi país, República Dominicana, nunca fue una gran fecha. Pero ahora que vivo en Estados Unidos, que tengo hijos que se disfrazan y van a la escuela, lo entiendo de otra forma. Al menos aquí, lo que veo son niños jugando, familias riendo y casas decoradas con imaginación, no con malicia.

No hay invocaciones, ni pactos, ni brujerías escondidas entre los caramelos. Solo un deseo universal: reírle al miedo, aunque sea por una noche. Así que si ves a mi niño disfrazado de superhéroe, si me ves a mí vestida de bruja o de Mujer Maravilla, y me escuchas decir “¡dulce o truco!”, no te asustes.

No estoy adorando al mal, solo celebrando la vida, con un poco de pintura negra y un puñado de dulces. Porque al final, el conocimiento no mata la magia, la ilumina. Y eso, quizás, es lo más bonito de esta noche: entender que el miedo no se vence huyendo, sino aprendiendo.

Yancari Fleming

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